Las cruzadas principales fueron ocho, además de muchas otras
expediciones de menor importancia a las que también
se les dio este
nombre.
La
primera cruzada la
proclamó el papa Urbano 11 en 1095 d.C.,
en el Concilio de Clermont, donde una multitud de
caballeros tomaron la
cruz como insignia y se alistaron en contra de los
sarracenos. Antes de que
la expedición principal se organizara del todo, un
monje llamado Pedro el
Ermitaño convocó a una multitud indisciplinada, que
se dice fue de
cuarenta mil personas, y la condujo al Oriente
esperando ayuda milagrosa.
Su desprovisto y desorganizado populacho fracasó. A
muchos de sus
miembros los hicieron esclavos y a otros mataron.'
Pero la primera cruzada
verdadera la emprendieron doscientos setenta y cinco
mil de los mejores
guerreros de todo país de Europa, conducida por
Godofredo de Bouillon y
otros jefes.
La
segunda cruzada se
convocó por las noticias de que los sarracenos
estaban conquistando las provincias situadas a poca
distancia del reino de
Jerusalén, amenazando la ciudad misma. Bajo la
predicación de San
Bernardo de Claraval, Luis VII de Francia y Conrado
III de Alemania
condujeron un gran ejército para socorrer los
lugares santos. Sufrieron
muchas derrotas, pero finalmente llegaron a la
ciudad. No pudieron
recuperar el territorio perdido, pero sí
postergaron por una generación la
caída final del reino.
En 1187 d.C., los sarracenos reconquistaron
Jerusalén bajo Saladino y el
reino de Jerusalén llegó a su fin. Aunque el simple
título "rey de Jerusalén" se siguió usando por mucho tiempo después.
La
tercera cruzada: La caída de la ciudad despertó a Europa a la
tercera cruzada (1189-1191) que condujeron tres soberanos prominentes: Federico
Barbarroja de Alemania, Felipe Augusto de Francia y Ricardo Corazón de León de
Inglaterra. Pero, Federico, el mejor general y estadista, se ahogó y los dos
reyes restantes se disgustaron. Felipe Augusto se fue a su patria y todo el
valor de Ricardo no fue suficiente para llevar su ejército hasta Jerusalén. No
obstante, concertó un tratado con Saladino, por medio del cual los peregrinos
cristianos obtuvieron el derecho de visitar el Santo Sepulcro sin ser
molestados.
La cuarta
cruzada (1201-1204 d.C.) fue peor que un fracaso, porque al final
perjudicó mucho a la iglesia cristiana.
Los cruzados desistieron de su propósito de ganar
Tierra Santa e hicieron guerra a Constantinopla, la capturaron, saquearon y
establecieron su propio gobierno sobre el Imperio Griego que duró cincuenta
años. A ese imperio lo dejaron tan indefenso, que simplemente era un
insignificante baluarte en contra del creciente poder de los turcos. Raza
guerrera, no civilizada, que siguió a los sarracenos como el poder dominante
musulmán después de la terminación del período de las cruzadas.
La quinta
cruzada (1217-1222 d.C.) la realizaron Juan de Brienne, rey de
Jerusalén, y Andrés 11, rey de Hungría. Los citados
monarcas atacaron sin
resultado a los sarracenos en Egipto y Siria.
En la
sexta cruzada (1228-1229 d.C.) el emperador Federico II , aunque
excomulgado por el papa, condujo un ejército a
Palestina y obtuvo un
tratado por el cual cedieron Jerusalén, Jafa, Belén
y Nazaret a los cristianos.
Puesto que ningún eclesiástico romano lo coronaría
estando bajo la
expulsión papal, Federico se coronó a sí mismo rey
de Jerusalén. Debido a
esto, el título "rey de Jerusalén" lo
usaron todos los emperadores germanos y después los de Austria hasta 1835 d.C.
Sin embargo, por el disgusto entre el papa y el emperador, se perdieron los
resultados de la cruzada. En 1244
d.C., los musulmanes tomaron de nuevo Jerusalén y
desde entonces
permaneció bajo su dominio.
La
séptima cruzada (1248-1254 d.C.) se realizó al mando de Luis IX de
Francia, conocido como San Luis. Invadió por el
camino de Egipto y aunque al principio tuvo éxito, los musulmanes lo derrotaron
y apresaron. Lo rescataron por un gran precio y fue a Palestina, permaneciendo
allá hasta 1252 cuando la muerte de su madre, a quien había dejado como
regenta, le obligó a regresar a Francia.
La octava
cruzada (1270-1272) estuvo
también bajo la dirección de Luis IX, junto con el príncipe Eduardo Plantagenet
de Inglaterra, después rey
Eduardo 1. La ruta escogida fue de nuevo por
África. Pero Luis murió en
Túnez, su hijo hizo la paz y Eduardo regresó a
Inglaterra a ocupar el trono.
De modo que, por lo general, esta se considera como
la última cruzada y
fracasó completamente.